lunes, 29 de junio de 2009

Elena Llongueras, el mundo visto desde el tamiz del espejo de los deseos

Entrar dentro del espejo, sumergirse en un laberinto de imaginación y deseo, en el que hay aventuras, personajes, o el personaje, -ella-, la mujer, como epicentro. Dentro del espejo, ramas, lianas, bosques, hojas, abedules y montañas. También hay ríos, lagos, el océano con toda su inmensidad, el mar con sus bravatas y sus olas que salpican de espuma a los espectadores descuidados. De repente no está el arco iris, pero sigue caminando la mujer, la niña que fue antes, inocente, que va en busca del tesoro del corazón, de la caja que encierra el conjunto de las joyas. En su interior hay piezas emblemáticas, de una espectacularidad nunca antes vista, joyería elegante, símbolo de la precisión de la imagen de la riqueza que atesoramos en el fondo y en la forma.
Sendas tapizadas de flores tropicales, mil colores y olores, fieras que no atacan a sus presuntas víctimas, bosques inmensos donde no se ve el final, carbón de azúcar, oro de los faraones y diamantes de la luz eterna.
Guerras en el pensamiento, pero sólo en la imaginación. Eso sí, hay destrozos, pero son, en todo caso, los del alma, la tristeza insinuada levemente. Aquí y allá, la elegancia de la efervescencia asomando a partir de la mirada de la mujer niña.
Vislumbramos cartas imaginarias de diferentes colores que se mueven con vida propia, buceando en los mundos de la realidad y la simbología a partir de la materia y el color, que fluyen con una cierta lógica, pero que pertenecen a su entorno más íntimo.
Elena Llongueras plantea una obra pictórica que tiene mucho de ilustración, pero que también posee una factura pictórica próxima al naïf, aunque dentro de un ejercicio de dibujo muy elaborado, altamente cualificado, a través del cual nos aproxima a una figuración fantasiosa, elaborada, en la que lo mágico, los aspectos misteriosos, las concesiones a lo desconocido predominan.
Dentro del espejo el mundo discurre frenético, dado que el país de la imaginación es ampuloso, ancho, diverso y grandilocuente; mientras que en el exterior nos encontramos nosotros, con nuestras vicisitudes y prolegómenos realistas. Finalmente traspasamos el espejo en sentido inverso y buscamos la senda que nos conduce a nosotros mismos. Elena emplea personajes que son fantasía en si mismos, que son producto resultante de la verdadera adscripción a la esencia, como resultado de la propia visión imaginada que, a veces, adorna nuestros pensamientos para volver a ver la realidad de lo que nos rodea. No hay realidad, no existe el espejo, pero ella está ahí, mirando el espejo, mirándose a su interior, como preguntándose lo que ha pasado. ¿Fantasía o realidad?.



Joan Lluís Montané
De la Asociación Internacional de Críticos de Arte